miércoles, 25 de mayo de 2011

Como Pumas, ninguno



¿Quién dijo que en el futbol hace falta gastar millones de dólares para armar un equipo ganador? ¿Cuánto ha costado cada uno de los (por lo demás escasísimos) títulos de los otros equipos llamados grandes en los últimos 10, 15 años? ¿Cuánto cuesta su nómina? Pumas desmiente los cánones del negocio futbolero. No es cosa de ahora. Desde hace muchos años, Pumas ha hecho lo que nadie, y ha obtenido lo que nadie. No sólo es el equipo de la última década (cuatro campeonatos, 11 Liguillas), sino que ha brindado a su afición más títulos por el dinero invertido que cualquier otro. Ni siquiera se necesita hacer cuentas para decirlo: desde lejos, cualquiera lo puede ver.
Ni hablar. Si Pumas es prueba de algo, lo es de que se han equivocado los que piensan que el futbol es un juego para que lo gane un grupo de jugadores costosísimos. Se requiere talento, sí, y técnica, y mucha preparación y condición física. Hasta aquí, nada que no se pueda comprar. Pero luego faltan un montón de cosas que no se encuentra en el mercado, y que Pumas derrocha en cada campeonato: orgullo, pundonor, garra, corazón, amor a la camiseta, y en muchos casos, sí, la cualidad única de haber nacido en CU. Y no es ésta una frase hueca: desde 1980, todos los campeonatos ganados por Pumas han tenido en la banca a un entrenador que antes vistió la camiseta universitaria como jugador. La filosofía no es cerrar las puertas a futbolistas que vienen de otros equipos o de otros países: se trata de que el que llegue, tenga 5, 25 ó 35 años (venga Palencia!) participe de estos valores y haga suya la nacencia universitaria.
Qué decir de esta Final. Pumas resucitó cuando muchos lo daban por muerto tras el descalabro 3-1 en Monterrey. En la ida, la hombría de Martín Bravo hizo el gol que dio al equipo un respiro para regresar a CU, donde dos jugadores de La Cantera (Efraín Velarde y Luis Fuentes), a pase de un tercer canterano (Javier Cortés) emparejaron el marcador para llevar al equipo a la semifinal ante Chivas. En Guadalajara, el mismo Efraín Velarde puso alma, corazón y aquéllos en el gol que los dejaba 1-1 para volver a casa a definir la serie. En CU fue primero Javier Cortés, pura sangre universitaria, quien abrió el marcador. Luego, el mejor futbolista paraguayo que haya pisado suelo mexicano, Darío Verón, hizo una corrida memorable para dejar el balón en el pie de su paisano, Dante López, quien selló su reconciliación con la afición al marcar el 2-0 definitivo. Ya en la Final, el gran Juan Francisco Palencia (por cierto, sería un error dejarlo ir), reencarnado en fiera, anotó el primer gol en Morelia, y por si fuera poco, de regreso en CU cobró el penal que colocó al equipo cerca del título. Luego, Javier Cortés, Cortés el magnífico, hizo una jugada digna de Mundiales (quién no se acordó de Maradona al ver sus quiebres rumbo a la portería) para dar a Pumas, su alma matter, el campeonato. Claro que siempre hay algún negrito en el arroz. En esta Final encontré dos. Uno fue la forma en que se manejó el boletaje: la verdad es que nunca estuvo a la venta un solo boleto en Ticketmaster. Tampoco es cierto que se agotaron porque los abonados tuvieran preferencia para adquirir boletos adicionales: hace muchos años en mi familia tenemos abonos y nadie nos ofreció esa posibilidad. ¿Quién controlaba los miles de boletos que quedaron después de repartir entre socios, abonados, sindicato y porras? ¿Cómo llegaron a manos de los cientos de revendedores que todos vimos en los alrededores del estadio? La institución merece que alguna autoridad diga la verdad al respecto. El otro negrito es en realidad un detalle menor: durante la celebración del campeonato, a alguien se le ocurrió poner en las bocinas del estadio, a todo volumen, música que opacó los cantos de la afición y que no tenía nada que ver con la ocasión.
Son extrañas las estadísticas. Como en un viejo retrato congelado, siguen diciendo que Chivas y América son los equipos favoritos de la afición, colocando a Pumas en fuerte pelea con Cruz Azul por el tercer lugar. Curiosamente, en esos estadios uno ve aficiones anémicas: poca asistencia, porras apáticas, abucheos contra los suyos al primer descalabro. La afición puma es otra cosa. Junto con las del norte (que siguen a Santos, Tigres, Monterrey), es probablemente la afición más auténtica que hay en el futbol mexicano. Desde hace años, CU es el estadio que, torneo a torneo, registra la entrada más numerosa (no la que deja más dinero) en todo el país. Su afición es constante, entregada, apasionada de su equipo. Claro que en un equipo tan exitoso siempre hay los aficionados de último minuto, los oportunistas de siempre (ah, los políticos…!) que vienen a cantar las victorias ajenas (¡Cuidado!: tan cerca de las elecciones y nosotros ganando!), pero todos sabemos quiénes son. Fuera de eso, sus seguidores no lo son sólo de palabra: realmente los siguen, usan sus camisetas (gracias a eso he podido identificar aficionados Pumas en los rincones más inimaginables del orbe), van al estadio, cantan y gritan incesantemente, ganen o pierdan. Si ganan, el estadio se adorna: Cómo no te voy a querer. Si pierden, el estadio da abrigo y consuelo a sus jugadores: Cómo no te voy a querer. ¿Complacientes? No. Satisfechos, contentos, sabedores de que han dado todo, aunque algunas veces todo no sea suficiente. Pero cuántas veces alcanza, y para cuánto! Partido por partido, campeonato por campeonato, no hay equipo que haya dado más satisfacciones a su afición que el equipo de la Universidad. Sí, esos, los campeones: los increíbles, los memorables, los fabulosos Pumas!

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